La revolución industrial, empero, no era algo tan ideal y perfecto, y se realizó a un costo muy alto: el precio de la vida humana. El poeta Byron en 1812 había manifestado ya, ante la Cámara de los Lores del parlamento inglés, que: "...jamás he presenciado, ni siquiera bajo el yugo tiránico de los infieles, miseria tan espantosa como la que vi al regresar a Inglaterra, en el seno de un país cristiano". Dieciocho años más tarde, en 1830, la situación no era mejor, y en el transcurso del siglo XIX la miseria sería uno de los frutos de la industrialización no sólo en Inglaterra, sino en toda Europa.
Desde el siglo XVIII, Gran Bretaña había impulsado una política agraria, que pretendía hacer más eficiente la producción de la tierra. En Inglaterra ya no existían terrenos ni propiedades de tipo feudal, pero existían grandes terratenientes de tipo pre-capitalista, que se conformaban con una exigua producción agraria y arrendaban a campesinos sin tierras, buena parte de sus terrenos. Estos latifundistas todavía consideraban que la riqueza estaba en la cantidad de tierra que se poseyese y no en lo que la misma pudiera producir.
Pero esta consideración no era la misma que se hacían las nuevas clases burguesas (de las cuales hablaremos más adelante), para quienes la tierra valía como un objeto con el cual se podía comerciar o bien como el espacio que debía explotarse adecuadamente para aumentar la producción. Interesados en esta situación, los burgueses presionaron para que el Parlamento aprobara medidas que modernizaran la estructura agropecuaria de Inglaterra.
El objetivo de esas políticas modernizadoras, era que se aplicaran técnicas de rotación de cultivos que aumentaran la cantidad y calidad de la producción agrícola. Pero para poder usar las nuevas técnicas en el campo, era necesario que se prescindiera de los arrendatarios, y que la tierra fuera controlada por un solo dueño; este desplazamiento de los arrendatarios fue lo que se conoció como "cercamiento" de tierras. Con el nuevo sistema aumentaron las cantidades cultivadas de trigo e incluso aumentó el número de cabezas de ganado ovino; mas también el número de desocupados creció.
En efecto, los arrendatarios al ser expulsados de las tierras tenían muy pocas posibilidades; algunos de ellos se pudieron emplear como jornaleros en los nuevos latifundios de tipo capitalista, pero otros se quedaron sin nada que hacer y aumentaron el número de pobres. La situación se empeoró cuando en el transcurso de siglo XIX se empezó a utilizar la maquinaria en el campo; las máquinas agrícolas también desplazaron el trabajo humano.
Los que no pudieron colocarse como jornaleros en el campo, se convirtieron, entonces, en obreros, primero de las manufacturas y después de las fábricas. Este paso de campesino a obrero implicó, a su vez, otro desplazamiento fundamental: el tránsito del campo a la ciudad. Las ciudades empezaron a crecer rápidamente desde fines del siglo XVIII, y lo hicieron más aceleradamente durante todo el siglo XIX, en buena parte, por causa de la migración rural.
Todo lo anterior acarreó una transformación tanto del medio rural como del urbano. Las zonas rurales ya no fueron más los lugares tranquilos y casi sin sobresaltos de épocas anteriores; pasaron a ser sitios donde había menos gente trabajando, pero a un ritmo más acelerado y produciendo más, porque usaban maquinaria agrícola. En cambio, las zonas urbanas se veían de lejos como un cúmulo de chimeneas que despedían gran cantidad de humo negro, que todo lo contaminaba; en su interior, las ciudades eran el espacio donde se distribuían las clases sociales; de un lado, en lujosas residencias, vivían los aristócratas y la burguesía; de otro, en los sitios más pobres y miserables, vivían los obreros y desempleados.
El objetivo de esas políticas modernizadoras, era que se aplicaran técnicas de rotación de cultivos que aumentaran la cantidad y calidad de la producción agrícola. Pero para poder usar las nuevas técnicas en el campo, era necesario que se prescindiera de los arrendatarios, y que la tierra fuera controlada por un solo dueño; este desplazamiento de los arrendatarios fue lo que se conoció como "cercamiento" de tierras. Con el nuevo sistema aumentaron las cantidades cultivadas de trigo e incluso aumentó el número de cabezas de ganado ovino; mas también el número de desocupados creció.
En efecto, los arrendatarios al ser expulsados de las tierras tenían muy pocas posibilidades; algunos de ellos se pudieron emplear como jornaleros en los nuevos latifundios de tipo capitalista, pero otros se quedaron sin nada que hacer y aumentaron el número de pobres. La situación se empeoró cuando en el transcurso de siglo XIX se empezó a utilizar la maquinaria en el campo; las máquinas agrícolas también desplazaron el trabajo humano.
Los que no pudieron colocarse como jornaleros en el campo, se convirtieron, entonces, en obreros, primero de las manufacturas y después de las fábricas. Este paso de campesino a obrero implicó, a su vez, otro desplazamiento fundamental: el tránsito del campo a la ciudad. Las ciudades empezaron a crecer rápidamente desde fines del siglo XVIII, y lo hicieron más aceleradamente durante todo el siglo XIX, en buena parte, por causa de la migración rural.
Todo lo anterior acarreó una transformación tanto del medio rural como del urbano. Las zonas rurales ya no fueron más los lugares tranquilos y casi sin sobresaltos de épocas anteriores; pasaron a ser sitios donde había menos gente trabajando, pero a un ritmo más acelerado y produciendo más, porque usaban maquinaria agrícola. En cambio, las zonas urbanas se veían de lejos como un cúmulo de chimeneas que despedían gran cantidad de humo negro, que todo lo contaminaba; en su interior, las ciudades eran el espacio donde se distribuían las clases sociales; de un lado, en lujosas residencias, vivían los aristócratas y la burguesía; de otro, en los sitios más pobres y miserables, vivían los obreros y desempleados.
Excelente información gracias... me sirvió bastante!
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