Entre los Juegos Nacionales de Grecia, que tenían un carácter religioso y que contribuían a unir a los helenos en un ideal común, sobresalían los JUEGOS OLÍMPICOS, que se celebran cada cuatro años, durante 7 días, en la llanura de Olimpia, en honor de Zeus.
Todas las guerras cesaban al comenzar los juegos: era la paz sagrada. Las ciudades griegas mandaban sus embajadas a Olimpia. Allí se reunían los intelectuales, los artistas exhibían sus obras, los políticos daban a conocer sus planes y los comerciantes sus mercancías. Los aspirantes a los juegos debían comprobar no haber sido delincuentes, estar preparados para el certamen y jurar ante el santuario que no sobornarían a sus competidores, que su lucha sería honrada y leal. Las competencias principales era: La carrera, el pentatlón y el pancracio. La carrera, que era anunciada por un toque de trompeta y acompañada de música de flautas, se hacía en grupos de cuatro campeones. El pentatlón comprendía cinco ejercicios: correr, saltar, lanzar el disco, arrojar dardos y boxear. En el pancracio se combinaban el boxeo y el pugilato.
Al vencedor se le otorgaba la anhelada corona olímpica, formada de olivos, pasaba al templo a ofrecerla a los dioses y luego disfrutaba del banquete preparado, durante el cual se cantaban los epinicios o cantos de victoria. Un triunfo en las Olimpiadas era la mayor gloria a que podía aspirar un heleno. Su patria se sentía honrada en ser madre del vencedor. Esparta, por ejemplo, le permitía sentarse al lado del rey y le erigía una estatua. Atenas le hacía donaciones de dinero y le permitía celebrar procesiones en el aniversario de su triunfo.
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